Elogio de la pereza (I)

SimpsonsSi dependiera de mí nunca haría nada. Nada que no me apeteciera hacer. Hacer una cosa que no te apetece hacer yo lo llamo trabajar. Una puta mierda. Me da igual que luego te paguen: solo faltaría. En resumen: soy vago, filosóficamente hablando. Digo filosóficamente porque de vez en cuando viene bien meter una palabra larga, incluso repetirla seguida si hace al caso, y también porque mi proyecto vital de llegar a viejo rascándome la barriga, digo barriga porque de vez en cuando etcétera y también por no decir otra palabra que pudiera atentar contra las buenas maneras con el calor que hace, se ha convertido, tristemente, adjetivo, adverbio, no te sé decir, en un camino de perdición que conduce al fracaso. Quiero decir: que trabajo. Que hago cosas. Que quiero y no. Tengo mi cadenilla y mi cruz, como todo el que no puede elegir.

Esto ya es terreno peligroso. Yo he tenido discusiones morales con personas que eran incapaces de asimilar la siguiente afirmación que de vez en cuando sale de mis adentros como niño de quince años sale al botellón en agosto: que si de mí dependiera no trabajaría nunca, y, después, subiendo la apuesta, veo lo tuyo y lo doblo, que si de mí dependiera no haría absolutamente nada nunca, excepto quizás dormir, comer, salir a los bares, poner música, leer y otros verbos que también son muy divertidos.

– ¿Me estás diciendo que si te tocara, es un poner, una quiniela o un euromillón de esos y te cayeran así por la cara puñados obscenos de dinero te pasarías los días bebiendo cerveza  a la sombra? Dicen. Generalmente con indignación, como si hubiera algo de malo en ello. Yo normalmente respondo: ¿me estás diciendo que si te tocara, es un poner, una quiniela o un euromillón de esos y te cayera así por tu cara bonita una cuenta corriente que no serías capaz de quemar en tres vidas, tú SÍ trabajarías? Estas personas y yo rara vez llegamos a un acuerdo satisfactorio.

– ¿Y no te aburrirías? – suelen argumentar, como si madrugar todos los días y destrozarte el lomo o las neuronas persiguiendo el vacío fuera divertido. Yo contesto que solo se aburren los aburridos. Hay quien tiende a ofenderse. Entonces me pongo estupendo y les cito la Biblia. El Génesis, por ejemplo, que deja bien claro que el trabajo es una actividad antinatural. Y el Eclesiastés, un libro muy sabio que afirma: más vale un puñado con tranquilidad que dos con esfuerzo.

También creo que trabajar acaba volviendo a las personas gilipollas, sin contar con los dolores de espalda y los nervios y las consecuencias derivadas de no sentarse nunca nunca en una silla y mirar al cielo para ver pasar a las golondrinas. Eso y que aquellos que piensan que solo a través del trabajo uno puede realizarse como persona tienen un problema mucho más gordo que yo. 

Este texto tan malo y a la hora de la siesta viene a cuento de que hacía mucho que no ponía nada por aquí. Pienso dejarlo a medias.

Otro día lo termino.

Esta entrada fue publicada en Desastres y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario